El cinturón apretaba su cintura, moldeaba su cuerpo tal campana en lo alto del más antiguo de los campanarios.
Su pelo lacio moreno le tapaba la mitad de la cara ensimismada en su revista. Aferrada a su bolso de tamaño descomunal. Sus ojos claros y su mirada fija en las fotos más de moda, en los cotilleos más recónditos. Está relajada pese a mi mirada exhaustiva y analítica, se siente la reina, me siento la princesa.
Nuestras miradas se cruzan y llegamos a Colón. Sus uñas no me gustan, tampoco sus manos ni orejas. Ahí entramos en el túnel, podemos retocar.
Busco en el vagón y no encuentro manos para ella, pero sí uñas y orejas.
Sus labios carnosos y ligeramente sonrosados por el frío me activan la circulación clitoriana. Se los muerde y yo respiro hondo. Su nariz es realmente atractiva. Me propongo mirar su perfil pero sigue sumergida en los anuncios de moda. Lee en inglés! y no plancha!
"Próxima estación, Argüelles, final de trayecto".
Dobla su revista, la mete en su bolso y rebusca entre los papeles; encuentra la hora en su teléfono móvil. Junta las asas y balancea el bolso de piel marrón sobre su espalda derecha. Los zapatos de bailarina floreados le sientan muy bien. Ajusta sus pantalones a su cintura tras el abrigo que la embellece. Alberto Aguilera, yo Princesa. 12 ºC, 22.31 horas.
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