Sus orejas puntiagudas le permitieron captar el aroma sonoro del resto de habitantes del lugar. Era esta su primera noche y los sentidos estaban agudizados. La luna llena, además de bañar todo en su lento caminar, restaba trabajo, pues la vista no tenía que emplearse a fondo por la densa oscuridad.
El relieve era imperceptible a sus pies, es lo que tiene volar. Pachamama aquella noche lo había pintado todo con especial interés, sabía que ella vendría, Meiga también sabía que la esperaba, desde hace ya tanto tiempo..
A medida que se acercaba a Lunar Pond, el arpa sonaba alegre, y es que no era una visita cualquiera.
Fue entonces cuando abrí la puerta The Stable Block, silenciosa e ilusionada, impaciente. La pequeña curva a la izquierda que sería capaz de recorrer con los ojos cerrados, junto a las inminentes semillas de grass recién plantada, a voleo, con la técnica de Sandra, ella, peculiar maestra, ella, infinito interior desconocido, ella, fachada inglesa, ella, reino hindú.
A la altura del cruce de caminos, subo la pequeña cuesta, y a unos pocos metros de la orilla, me siento, junto a Meiga.
Nos damos la mano y cerramos los ojos.
Viajamos.
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