El mosquito surcaba la habitación como si fuera un colibrí en un cielo infinito. Cogía aire y subía al tiempo que aleteaba y bajaba conteniendo la respiración, subiendo de nuevo tras otra bocanada de aire .
Pensé que sería mi parpadear pero contuve el acto reflejo y allí seguía la montaña rusa recorriendo la habitación.
El resto de seres dormitaban placenteramente sin siquiera alterarse, él y yo seguíamos observándonos, pues sería ilusa si pretendiera hacer creer a alguien que yo también estaba siendo atentamente observada. No sé si mi respiración, mis latidos, mi pestañeo o mis pensamientos. En realidad, todos ellos eran acordes y bailaban al son de la misma música.
Allí estuvimos horas, volando a merced de las corrientes convectivas del salón con chimenea en un día gélido.
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